martes, 30 de julio de 2013

El dualismo en psicología transpersonal

El dualismo en psicología transpersonal

Sinesio Madrona


Introducción para este blog

      La dualidad es algo tan extendido y tan consustancial a nuestra manera dicotómica de pensar y entender en mundo que tiñe toda nuestra interpretación de la realidad. Incluso la psicología transpersonal, que pretende haber trascendido la dualidad y estar más allá de los conflictos que la naturaleza de la conciencia personal (dual por definición) nos produce, cae, como se denuncia aquí, en la misma dicotomía que pretende haber superado.

Recuerdo que el motivo de hacer este artículo, allá por el año 1998 o 99, fue la lectura de un libro de Washburn: El ego y el fundamento dinámico. Su descripción de la sumisión del ego al ‘fundamento dinámico’ (tal como el autor define al inconsciente) fue un revulsivo para cuestionarme todo lo que había leído y oído acerca de la ‘muerte’ del ego, la superación del yo, la trascendencia de lo individual y todas esas afirmaciones que, en una fase del proceso de crecimiento humano, son ciertas..., pero sólo en una fase. El crecimiento no termina ahí, y el crecimiento siempre va de la mano de la energía que surge de la polaridad como manifestación de la unidad: “unidad y dualidad son también unidad” como digo en un artículo (Madrona, S. y Hearn, I. F. 2012, pág. 3). De la UDO (Unidades Duales Opuestas), como define Medina (2011) en su teoría.

En aquel entonces o bien porque en este libro el tema de la sumisión del ego al inconsciente llega a sus extremos de infravaloración de su papel en la vida humana, o bien porque yo andaba reflexionando sobre el hecho de que en la Espiral Evolutiva (EE) (Madrona, 2013) el yo vuelve a aparecer con una enorme fuerza en la segunda mitad de la vida (a partir de 30 años), tras el inicio de la primera etapa espiritual según Wilber (1977, 1980), empecé a dudar de tales afirmaciones como un absoluto[1]. También caí en la cuenta en el dicho zen que dice que una vez dejada atrás la fase espiritual ‘las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser ríos’:

Esta sentencia zen completa reza más o menos así: ‘Antes de emprender el camino espiritual las montañas son montañas y los ríos son ríos. Una vez entras en el camino espiritual las montañas dejan de ser montañas y los  ríos dejan de ser ríos. Superada la fase espiritual las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser ríos.’ Entendido esto psicológicamente el primer estadio se refiere a la relación egoica normal con el mundo que todos tenemos en la vida: las cosas (las ‘montañas’ y los ‘ríos’) son como son, como las refleja nuestro ego. Al entrar en el camino espiritual te cuestionas lo que ves de ti y del mundo a través del ego y entonces ya no ves las cosas como son, como eran antes cuando las veías a través de tu ego.. .

Tal como revela en la EE, los maestros zen y otros, la vía espiritual es sólo una fase del crecimiento humano, más allá de ella prosigue la vida con nuevos crecimientos y en ellos vuelve a aparecer el yo (las 'montañas' y los 'ríos' vuelven a ser lo que eran),  ahora como fuerza polar del no-yo, pues ambos forman la unidad final, la unidad consciente-inconsciente.

       Esta sentencia zen y los relatos de los maestros en los que describen cómo los neófitos se desvían de la senda espiritual por las ‘joyas’ que encuentran en su camino (por ejemplo, ciertas experiencias de unidad que te absorben y a las que nos hacemos ‘adictos’) en las que te paras creyendo haber llegado al final, hablan de lo mismo: el camino espiritual está lleno de tentaciones y no es la menor de ellas creer que ‘la muerte del ego’ es ese final, ese ‘absoluto’, que buscamos. Al contrario es una fase más del proceso: uno de los extremos de la polaridad yo/no-yo, debe ‘morir’ para dejar sitio al no-yo. Dado que el yo ha sido preponderante, por necesario, en nuestro crecimiento para desarrollar la conciencia personal dicotómica y parcial por definición su ‘muerte’ es un requisito evolutivo para reencontrarse con la unidad inicial con la que todos nacimos (en el ‘reencuentro’ ahora esa unidad será consciente); pero sólo es una fase del crecimiento, no un absoluto del proceso de integración o ‘camino espiritual’. Sólo cuando el yo y el no-yo son dos fuerzas conscientes y equilibradas se alcanzará la conciencia plena de sí mismo y de la realidad como un todo indisoluble; se verá la realidad tal cual es, se llegará a la unidad en la dualidad.

Actualmente la polémica se extiende a muchos niveles de la cultura y el quehacer humanos. El yo está defendido por la filosofía y cultura modernista partidaria del individualismo (Wheeler, 2000; Robine, 2004), egoísta e independiente por definición (muy al estilo anglosajón: el ‘hombre’ que se hace a sí mismo), competitiva hasta el extremo; mientras que el no-yo (el otro, el entorno, la sociedad, la solidaridad, el apoyo del entorno –apoyo inevitable incluso en los medios en los que predomina la filosofía modernista, aunque para ellos sea inconsciente y rechazable por ideología) está defendido por el naciente filosofía postmodernista. Según muestro en este artículo y en los que tengo publicados en una página web de terapia gestalt (Madrona, http://gestaltnet.net) ninguna de las posturas es equilibrada, pues la realidad, como la electricidad, funciona si tenemos dos polos. ¿Se imaginan intentando sacar electricidad de un solo polo?, pues eso es lo que creemos hacer la mayoría en nuestra vida personal y profesional (porque la realidad funciona con los dos polos, aunque no seamos conscientes de ello y rechacemos al otro o a lo otro)...




[1] En el proceso de crecimiento del ser humano con la vuelta de la EE al punto geométrico en donde tuvo lugar el nacimiento físico se evidencia en el ser humano un empuje inusitado en la vida perfectamente comparable, salvadas las distancias (se daría uno de esos procesos de autosimilitud de los que habla la teoría del caos), al que tuvo lugar tras el nacimiento.


Artículo

     Hay un punto de vista profundamente erróneo en el pensamiento de la psicología tradicional que se ha trasladado, tal cual, a la psicología transpersonal. Este error afecta, en realidad, a todo el pensamiento occidental y se puede rastrear, al menos, hasta la filosofía de Platón [Detienne y Vernant (1974), Fox Keller (1985)]. La psicología, incluso la psicología transpersonal, no ha superado el planteamiento dual que tiene su origen en los albores de la filosofía griega. La teoría psicológica se identifica con una parte de la psique que define como yo-consciente y concibe a todo lo que no cae dentro de la esfera de lo así denominado (el sí mismo, el no-yo, el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico [Washburn, 1995] ...) como una fuerza opuesta a la que, de una u otra manera, hay que combatir (en la psicología tradicional), en la que hay que sumergirse o a la que hay que rendirse (en la psicología transpersonal). Dado que la conciencia se identifica con el yo, me pregunto sobre el mecanismo psicológico que la induce a rendir ese yo a las fuerzas contrarias de esa dualidad, que ha establecido la propia conciencia. Y no es una pregunta de psicología transpersonal, pues las respuestas que este pensamiento da a esa cuestión en la línea de ‘trascender el ego’, son muy conocidas, y tienen poco que ver con la que aquí se va a exponer.

     Voy a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y filosófico de la historia de la humanidad.Voy a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y filosófico de la historia de la humanidad.

     Desde la noche de los tiempos el ser humano ha considerado, primero en una forma de pensamiento mítico, después filosófico y, por último, racional y científico (la reciente teoría UDO, Unidades Duales Opuestas, de Medina, 2011), a la realidad como compuesta de dos fuerzas opuestas formando un juego eterno. Existe un equilibrio entre ambas fuerzas en un pensamiento más ancestral, como el que proviene de la filosofía del tao y de los conceptos orientales yin y yang. El desequilibrio entre ambas fuerzas se produce con el nacimiento y desarrollo del pensamiento racional. En la mitología cristiana Dios y diablo no son iguales, el segundo está sometido al primero. Obviamente la conciencia se identifica con Dios. Curiosamente en el pensamiento psicológico parece predominar la postura contraria, ‘dios’ está sometido al ‘Diablo’.

      En la exposición que sigue a continuación debemos tener en cuenta que nos movemos a través de un lenguaje dual intentando comprender una realidad unitaria que está más allá de la experiencia común y cotidiana. Este pensamiento dual y cartesiano sigue existiendo, tal como denuncia Bradford P. Keeney (1987), en la psicología humanista y en la transpersonal.

       Si contemplamos la realidad, adoptando la terminología oriental como una unidad con dos fuerzas opuestas yin y yang, o bien con la actual terminología de la UDO, tendremos una perspectiva que se sale del punto de vista antropocéntrico de la psicología y que está mucho más cerca de la visión que sobre la realidad tiene la física cuántica, por ejemplo Laszlo (1993, 2007), Peat, (1987), Zohar (1990). Las fuerzas opuestas existen en la naturaleza como luz y obscuridad, día y noche, macho y hembra, óvulo y espermatozoide, protón y electrón, polo positivo y negativo... En ninguno de estos casos se piensa que una fuerza sea superior a la otra o que ésta tenga que sumergirse en, o rendirse a, aquella. ¿Porqué ocurre así en psicología? Podríamos intentar una explicación. La aparición de la conciencia racional está unida al desarrollo del yo y se efectúa    –histórica e individualmente– a través de una escisión y diferenciación epistemológica que produce la propia conciencia. La conciencia racional se identifica con uno de los polos de esta escisión, el llamado polo positivo (‘Dios’ en la religión cristiana), y deja supuestamente fuera de la consciencia todo lo que no pertenece a ese polo positivo. Pero el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico... son también conciencia; el polo negativo de la conciencia no reconocido por la identificación de ésta con uno de los términos de la escisión histórica que ha tenido lugar en la propia evolución humana[1].

       Desde esta perspectiva es fácil entender que se considere al yo-consciente como una isla en medio del océano a punto de sumergirse en las aguas primordiales [Jung (1933)]. Pero resulta que las aguas primordiales –el concepto y la conciencia de las “aguas primordiales”–  son también conciencia. No es el consciente el que se que se sumerge en el inconsciente. Son el consciente y el inconsciente los que se sumergen, ambos, en la que llamaremos, para intentar entendernos, unidad primordial en el caso de la psicosis y en la unidad última en el caso de la integración mística. No hay ‘inconsciente’ si no hay conciencia de su existencia. La dualidad consciente-inconsciente es una forma de manifestación de la unidad en este punto de la evolución del universo.

        En la unidad primordial hay fuerzas yin y yang (dualidades opuestas). El germen del yo y del no-yo ya existe en la unidad primordial. Configurará, como fuerzas opuestas a lo largo de la evolución del universo: partículas diferenciadas, sexos diferentes... La fuerza yang dará lugar a lo que llamamos yo, de la fuerza yin provendrá lo que llamamos no-yo. En Psicología transpersonal  Grof (1985) describe dos tipos de experiencia mística: oceánica e iluminativa. La primera es yin, la segunda yang. Cuando Wash­burn dice: “Cuando el poder del fundamento fluye, la experiencia se acelera, haciéndose viva y aguda, cuando no tumultuosa y arrolladoramente intensa...” (1997, pág. 182), está hablando de una parte yang de lo que él llama fundamento dinámico. Una fuerza yang que también es la fuerza de lo que habitualmente entendemos por concepto de yo. Es decir, está hablando de la existencia del yo en el fundamento dinámico. El fundamento dinámico no es una fuerza no-yo que se opone al yo. El fundamento dinámico es al mismo tiempo yo y no-yo. Es decir, en esa zona previa a una clara conciencia diferenciada existe lo que luego será en la conciencia (erróneamente identificada con uno de los polos de la dualidad) el yo y también... el no-yo. El fundamento dinámico no es igual al no-yo. No existe una cosa llamada inconsciente, gran madre, fundamento dinámico... que “genera” un yo para luego volver a sumergirlo en él (¿¡¡!!?). El yo es una manifestación en la conciencia de una fuerza que existe por sí misma, al igual que existe la fuerza y manifestación del no-yo.

     Tampoco el yo es una entidad transicional que desaparece en la unidad última (Wilber, 1980, 1983-90), al menos que entendamos que en la unidad última “desaparecen” el yo y el no-yo, y que la unidad última es, al mismo tiempo, yo y no-yo. Pero la unidad como tal no se manifiesta, la dualidad es la manifestación de la unidad, y como tales la unidad primordial y la unidad última necesitan una dialéctica dual para manifestarse, llamémosla yin y yang, yo y no-yo, consciente e inconsciente... En la etapa de transición de la conciencia egoica a la conciencia transpersonal lo que “debe morir” no es el yo, sino la identificación de la conciencia con uno de los polos de la unidad yo-noyo;  es decir la identificación de la conciencia con el polo yoico.

       Pero, tal como –vuelvo a decir– denuncia Keeney (1983), el pensamiento psicológico está todavía inmerso en una estructura dual. Desde esta perspectiva dual es fácil entender que la realidad, tal como se nos presenta a nuestra observación, nos induzca a pensar que el yo no existe anteriormente y “emerge” a partir de una entidad que está siempre intentando absorberlo y que al final lo consigue. Es verdad que el yo no existe como tal, pues la conciencia (al menos, tal como la entendemos los humanos) es una adquisición reciente de la evolución del Universo. Identificados con el yo, nos parece que es algo nuevo y maravilloso, único y exclusivo. Pero el yo es otra manifestación, en el plano de la conciencia, de una fuerza universal que siempre ha sido yo (yang), de una de las polaridades de la UDO (Unidades Duales Opuestas, Medina 2011), ya presente en la realidad cuántica. No se puede entender que un yo sumergido o dependiente del fundamento dinámico sea capaz de afrontar las poderosas fuerzas místicas y salir indemne de ellas. Una dualidad no es tal dualidad si uno de los términos no es igual al otro, es una jerarquía. En la jerarquía también puede haber oposición entre la fuerza de arriba y la de abajo, pero no hay igualdad y, por lo tanto, no hay dualidad. El acceso a un nuevo nivel epistemológico de conciencia sólo se puede producir a través de un proceso recursivo (Keeney, 1983) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede un yo transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival que éste necesita para lograr esa integración.

        La mayoría de las afirmaciones y observaciones de la psicología tradicional, la psicología transpersonal y la psicoterapia se mantienen perfectamente y son coherentes con este punto de vista. Lo que no es coherente es la perspectiva dualista-jerarquizada cartesiana-kantiana (Ferrer, 2002) de la psicología con el pensamiento sistémico. En la naturaleza las fuerzas opuestas son iguales. ¿Por qué habría de ser diferente en la conciencia? Todavía sigue sutilmente entre nosotros el pensamiento judeocristiano haciéndonos creer que somos un fenómeno especial sin contacto con el resto de la naturaleza, del universo.

     Todas las actuales manifestaciones patológicas de la mística, tanto individuales como colectivas, son una expresión de la dialéctica entre el yo y el no-yo. La evolución del universo está empujando la conciencia hacia un nuevo nivel epistemológico y en la dialéctica entre fuerzas opuestas aparece el fenómeno de la lucha del yo con el no-yo en las más diversas manifestaciones. Creo que estos fenómenos son más comprensibles desde la perspectiva de una unidad que contemple a las fuerzas del yo y a las del no-yo como jugadores de un juego eterno en el que se van sucediendo los vencedores y los vencidos. Sólo cuando el árbitro que juzga el juego no sea partidario de ninguno de los equipos podrá haber equilibrio en su juicio.


Bibliografía

Detienne M., Vernant J. P. (1974, ec. 1988). Las artimañas de la inteligencia,. Ed. Taurus. 
           Madrid.
Ferrer, J. (2002, ec. 2003). Espiritualidad creativa. Ed. Kairós. Barcelona.
Fox Keller E. (1985, ec. 1991). Reflexiones sobre género y ciencia. Ed. Alfons el Magnànim. 
          Valencia.
Groff, S. (1985, ec. 1988). Psicología transpersonal. Ed. Kairós.
Jung, C. G. (1933, 5ª ec. 1972). El yo y el inconsciente. Ed. Luis Miracle.
Keeney. B. P. (1983, 2ª ec. 1994). Estética del cambio. Ed. Paidós. Barcelona.
Laszlo, E. (1993, ec. 1997). El cosmos creativo. Ed. Kairós. Barcelona.
Laszlo, E. (2007, ec. 2007). El universo in-formado. Ed. Nowtilus. Madrid.
Madrona, S. y Hearn, I. F. (2012). La sincronicidad vista desde la teoría de campo .
Madrona, S. (2013). Procesos de autoorganización en la conciencia y crecimiento humanos. http://procesos-autoorganizacion-conciencia.blogspot.com
Medina, M. (2011). Información sinóptica sobre la Teoría UDO. www.redcientifica.org
Peat, D. (1987, ec. 1988). Sincronicidad: puente entre mente y materia. Ed. Kairós. 
       Barcelona.
Robine, J. M. (2004, ec. 2006). Manifestarse gracias al otro. Ed. S. de C. Valle-Inclán. Los 
       libros del CTP. Madrid.
Washburn, M. (1995, ec. 1997). El ego y el fundamento dinámico. Ed. Kairós. Barcelona.

Wheeler, G. (2000, ec. 2005). Vergüenza y soledad: El Legado del Individualismo. Santiago de Chile. Ed. Cuatro Vientos.
Wilber, K. (1977, ec. 1990, ). El espectro de la conciencia. Ed. Kairós. Barcelona.
             —. (1980, ec. 1989). El proyecto Atman. Ed. Kairós. Barcelona.
—. (1983-90, ec. 1991). Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós. Barcelona.
Zohar, D. (ec. 1990). La conciencia cuántica. Barcelona. Ed. Plaza y Janés & Muy 
          Interesante.

“ec.”: edición en castellano






[1] El uso de los términos conciencia, consciencia y consciente en este escrito está poco definido; pero aclarar su significado general en el proceso y en cada momento del texto resultaría más largo que el propio artículo. Espero que, de todas formas, se entienda lo fundamental de lo que quiero decir, aunque sea evitando recurrir a los matices precisos. No obstante, puedo añadir que el término consciencia suele aludir a un estado más global del ser.


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