El dualismo
en psicología transpersonal
Sinesio Madrona
Introducción para este blog
La dualidad es algo tan extendido y tan consustancial a nuestra manera dicotómica de pensar y entender en mundo que tiñe toda nuestra interpretación de la realidad. Incluso la psicología transpersonal, que pretende haber trascendido la dualidad y estar más allá de los conflictos que la naturaleza de la conciencia personal (dual por definición) nos produce, cae, como se denuncia aquí, en la misma dicotomía que pretende haber superado.
Recuerdo que el motivo de hacer este artículo,
allá por el año 1998 o 99, fue la lectura de un libro de Washburn: El ego y el fundamento dinámico.
Su descripción de la sumisión del ego al ‘fundamento dinámico’ (tal como el
autor define al inconsciente) fue un revulsivo para cuestionarme todo lo que
había leído y oído acerca de la ‘muerte’ del ego, la superación del yo, la
trascendencia de lo individual y todas esas afirmaciones que, en una fase
del proceso de crecimiento humano, son ciertas..., pero sólo en una fase. El
crecimiento no termina ahí, y el crecimiento siempre va de la mano de la
energía que surge de la polaridad como manifestación de la unidad: “unidad y
dualidad son también unidad” como digo en un artículo (Madrona, S. y Hearn, I. F. 2012, pág. 3). De la UDO (Unidades Duales Opuestas), como
define Medina (2011) en su teoría.
En aquel entonces o bien porque en este libro
el tema de la sumisión del ego al inconsciente llega a sus extremos de
infravaloración de su papel en la vida humana, o bien porque yo andaba
reflexionando sobre el hecho de que en la Espiral Evolutiva (EE) (Madrona,
2013) el yo vuelve a aparecer con una enorme fuerza en la segunda mitad de la
vida (a partir de 30 años), tras el inicio de la primera etapa espiritual según Wilber (1977, 1980), empecé a dudar de tales afirmaciones como un
absoluto[1].
También caí en la cuenta en el dicho zen que dice que una vez dejada atrás la
fase espiritual ‘las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser
ríos’:
Esta
sentencia zen completa reza más o menos así: ‘Antes de emprender el camino
espiritual las montañas son montañas y los ríos son ríos. Una vez entras en el
camino espiritual las montañas dejan de ser montañas y los ríos dejan de ser ríos. Superada la fase
espiritual las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser ríos.’
Entendido esto psicológicamente el primer estadio se refiere a la relación
egoica normal con el mundo que todos tenemos en la vida: las cosas (las
‘montañas’ y los ‘ríos’) son como son, como las refleja nuestro ego. Al entrar
en el camino espiritual te cuestionas lo que ves de ti y del mundo a través del
ego y entonces ya no ves las cosas como son, como eran antes cuando las veías a
través de tu ego.. .
Tal como revela en la EE, los maestros zen y otros, la vía espiritual es sólo una fase del crecimiento humano, más allá de ella prosigue la vida con nuevos crecimientos y en ellos vuelve a aparecer el yo (las 'montañas' y los 'ríos' vuelven a ser lo que eran), ahora como fuerza polar del no-yo, pues ambos forman la unidad final, la unidad consciente-inconsciente.
Esta sentencia zen y los relatos de los maestros en los que describen cómo los neófitos se desvían de la senda espiritual por las ‘joyas’ que encuentran en su camino (por ejemplo, ciertas experiencias de unidad que te absorben y a las que nos hacemos ‘adictos’) en las que te paras creyendo haber llegado al final, hablan de lo mismo: el camino espiritual está lleno de tentaciones y no es la menor de ellas creer que ‘la muerte del ego’ es ese final, ese ‘absoluto’, que buscamos. Al contrario es una fase más del proceso: uno de los extremos de la polaridad yo/no-yo, debe ‘morir’ para dejar sitio al no-yo. Dado que el yo ha sido preponderante, por necesario, en nuestro crecimiento para desarrollar la conciencia personal –dicotómica y parcial por definición– su ‘muerte’ es un requisito evolutivo para reencontrarse con la unidad inicial con la que todos nacimos (en el ‘reencuentro’ ahora esa unidad será consciente); pero sólo es una fase del crecimiento, no un absoluto del proceso de integración o ‘camino espiritual’. Sólo cuando el yo y el no-yo son dos fuerzas conscientes y equilibradas se alcanzará la conciencia plena de sí mismo y de la realidad como un todo indisoluble; se verá la realidad tal cual es, se llegará a la unidad en la dualidad.
Esta sentencia zen y los relatos de los maestros en los que describen cómo los neófitos se desvían de la senda espiritual por las ‘joyas’ que encuentran en su camino (por ejemplo, ciertas experiencias de unidad que te absorben y a las que nos hacemos ‘adictos’) en las que te paras creyendo haber llegado al final, hablan de lo mismo: el camino espiritual está lleno de tentaciones y no es la menor de ellas creer que ‘la muerte del ego’ es ese final, ese ‘absoluto’, que buscamos. Al contrario es una fase más del proceso: uno de los extremos de la polaridad yo/no-yo, debe ‘morir’ para dejar sitio al no-yo. Dado que el yo ha sido preponderante, por necesario, en nuestro crecimiento para desarrollar la conciencia personal –dicotómica y parcial por definición– su ‘muerte’ es un requisito evolutivo para reencontrarse con la unidad inicial con la que todos nacimos (en el ‘reencuentro’ ahora esa unidad será consciente); pero sólo es una fase del crecimiento, no un absoluto del proceso de integración o ‘camino espiritual’. Sólo cuando el yo y el no-yo son dos fuerzas conscientes y equilibradas se alcanzará la conciencia plena de sí mismo y de la realidad como un todo indisoluble; se verá la realidad tal cual es, se llegará a la unidad en la dualidad.
Actualmente la polémica se extiende a muchos niveles de la
cultura y el quehacer humanos. El yo está defendido por la filosofía y cultura
modernista partidaria del individualismo (Wheeler, 2000; Robine, 2004), egoísta
e independiente por definición (muy al estilo anglosajón: el ‘hombre’ que se
hace a sí mismo), competitiva hasta el extremo; mientras que el no-yo (el otro,
el entorno, la sociedad, la solidaridad, el apoyo del entorno –apoyo inevitable
incluso en los medios en los que predomina la filosofía modernista, aunque para
ellos sea inconsciente y rechazable por ideología–) está defendido por el
naciente filosofía postmodernista. Según muestro en este artículo y en los que
tengo publicados en una página web de terapia gestalt (Madrona, http://gestaltnet.net) ninguna de las posturas es equilibrada, pues la realidad,
como la electricidad, funciona si tenemos dos polos. ¿Se imaginan intentando
sacar electricidad de un solo polo?, pues eso es lo que creemos hacer la
mayoría en nuestra vida personal y profesional (porque la realidad funciona con
los dos polos, aunque no seamos conscientes de ello y rechacemos al otro o a lo
otro)...
[1] En el proceso de crecimiento del ser humano con la vuelta
de la EE al punto geométrico en donde tuvo lugar el nacimiento físico se
evidencia en el ser humano un empuje inusitado en la vida perfectamente
comparable, salvadas las distancias (se daría uno de esos procesos de
autosimilitud de los que habla la teoría del caos), al que tuvo lugar tras el
nacimiento.
Artículo
Hay
un punto de vista profundamente erróneo en el pensamiento de la psicología
tradicional que se ha trasladado, tal cual, a la psicología transpersonal. Este
error afecta, en realidad, a todo el pensamiento occidental y se puede
rastrear, al menos, hasta la filosofía de Platón [Detienne y Vernant (1974),
Fox Keller (1985)]. La psicología, incluso la psicología transpersonal, no ha
superado el planteamiento dual que tiene su origen en los albores de la
filosofía griega. La teoría psicológica se identifica con una parte de la
psique que define como yo-consciente y concibe a todo lo que no cae dentro de
la esfera de lo así denominado (el sí mismo, el no-yo, el inconsciente, la gran
madre, el fundamento dinámico [Washburn, 1995] ...)
como una fuerza opuesta a la que, de una u otra manera, hay que combatir (en la
psicología tradicional), en la que hay que sumergirse o a la que hay que
rendirse (en la psicología transpersonal). Dado que la conciencia se identifica
con el yo, me pregunto sobre el mecanismo psicológico que la induce a rendir
ese yo a las fuerzas contrarias de esa dualidad, que ha establecido la propia
conciencia. Y no es una pregunta de psicología transpersonal, pues las
respuestas que este pensamiento da a esa cuestión en la línea de ‘trascender el
ego’, son muy conocidas, y tienen poco que ver con la que aquí se va a exponer.
Voy
a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la
psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una
perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y
filosófico de la historia de la humanidad.Voy
a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la
psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una
perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y
filosófico de la historia de la humanidad.
Desde
la noche de los tiempos el ser humano ha considerado, primero en una forma de
pensamiento mítico, después filosófico y, por último, racional y científico (la
reciente teoría UDO, Unidades Duales Opuestas, de Medina, 2011), a la realidad
como compuesta de dos fuerzas opuestas formando un juego eterno. Existe un
equilibrio entre ambas fuerzas en un pensamiento más ancestral, como el que
proviene de la filosofía del tao y de los conceptos orientales yin y yang.
El desequilibrio entre ambas fuerzas se produce con el nacimiento y desarrollo
del pensamiento racional. En la mitología cristiana Dios y diablo no son
iguales, el segundo está sometido al primero. Obviamente la conciencia se
identifica con Dios. Curiosamente en el pensamiento psicológico parece
predominar la postura contraria, ‘dios’ está sometido al ‘Diablo’.
En
la exposición que sigue a continuación debemos tener en cuenta que nos movemos
a través de un lenguaje dual intentando comprender una realidad unitaria que
está más allá de la experiencia común y cotidiana. Este pensamiento dual y
cartesiano sigue existiendo, tal como denuncia Bradford P. Keeney (1987), en la
psicología humanista y en la transpersonal.
Si
contemplamos la realidad, adoptando la terminología oriental como una unidad
con dos fuerzas opuestas yin y yang, o bien con la actual
terminología de la UDO, tendremos una perspectiva que se sale del punto de
vista antropocéntrico de la psicología y que está mucho más cerca de la visión
que sobre la realidad tiene la física cuántica, por ejemplo Laszlo (1993,
2007), Peat, (1987), Zohar (1990). Las fuerzas opuestas existen en la naturaleza
como luz y obscuridad, día y noche, macho y hembra, óvulo y espermatozoide,
protón y electrón, polo positivo y negativo... En ninguno de estos casos se
piensa que una fuerza sea superior a la otra
o que ésta tenga que sumergirse en, o rendirse a, aquella. ¿Porqué ocurre así
en psicología? Podríamos intentar una explicación. La aparición de la
conciencia racional está unida al desarrollo del yo y se efectúa –histórica e individualmente– a través de
una escisión y diferenciación epistemológica que produce la propia conciencia.
La conciencia racional se identifica con uno de los polos de esta escisión, el
llamado polo positivo (‘Dios’ en la religión cristiana), y deja supuestamente
fuera de la consciencia todo lo que no pertenece a ese polo positivo. Pero el
inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico... son también conciencia;
el polo negativo de la conciencia no reconocido por la identificación de ésta
con uno de los términos de la escisión histórica que ha tenido lugar en la
propia evolución humana[1].
Desde esta perspectiva es fácil entender que se considere
al yo-consciente como una isla en medio del océano a punto de sumergirse en las
aguas primordiales [Jung (1933)]. Pero resulta que las aguas primordiales –el
concepto y la conciencia de las “aguas primordiales”– son también conciencia. No es el consciente el que se que se
sumerge en el inconsciente. Son el consciente y el inconsciente los que se
sumergen, ambos, en la que llamaremos, para intentar entendernos, unidad primordial en el caso de la
psicosis y en la unidad última en el
caso de la integración mística. No hay ‘inconsciente’ si no hay conciencia de
su existencia. La dualidad consciente-inconsciente es una forma de
manifestación de la unidad en este punto de la evolución del universo.
En
la unidad primordial hay fuerzas yin
y yang (dualidades opuestas). El germen del yo y del no-yo ya existe en
la unidad primordial. Configurará,
como fuerzas opuestas a lo largo de la evolución del universo: partículas
diferenciadas, sexos diferentes... La fuerza yang dará lugar a lo que
llamamos yo, de la fuerza yin provendrá lo que llamamos no-yo. En Psicología transpersonal Grof (1985) describe dos tipos de
experiencia mística: oceánica e iluminativa. La primera es yin, la
segunda yang. Cuando Washburn dice: “Cuando el poder del fundamento
fluye, la experiencia se acelera, haciéndose viva y aguda, cuando no tumultuosa
y arrolladoramente intensa...” (1997, pág.
182), está hablando de una parte yang de lo que él llama fundamento
dinámico. Una fuerza yang que también es la fuerza de lo que
habitualmente entendemos por concepto de yo. Es decir, está hablando de la
existencia del yo en el fundamento dinámico. El fundamento dinámico no es una
fuerza no-yo que se opone al yo. El fundamento dinámico es al mismo tiempo yo y
no-yo. Es decir, en esa zona previa a una clara conciencia diferenciada existe
lo que luego será en la conciencia (erróneamente identificada con uno de los
polos de la dualidad) el yo y también... el no-yo. El fundamento dinámico no es
igual al no-yo. No existe una cosa llamada inconsciente, gran madre, fundamento
dinámico... que “genera” un yo para luego volver a sumergirlo en él (¿¡¡!!?).
El yo es una manifestación en la conciencia de una fuerza que existe por sí
misma, al igual que existe la fuerza y manifestación del no-yo.
Tampoco
el yo es una entidad transicional que desaparece en la unidad última (Wilber, 1980,
1983-90), al menos que entendamos que en la unidad última “desaparecen” el yo y
el no-yo, y que la unidad última es, al mismo tiempo, yo y no-yo. Pero la
unidad como tal no se manifiesta, la dualidad es la manifestación de la unidad,
y como tales la unidad primordial y
la unidad última necesitan una
dialéctica dual para manifestarse, llamémosla yin y yang, yo y
no-yo, consciente e inconsciente... En la etapa de transición de la conciencia
egoica a la conciencia transpersonal lo que “debe morir” no es el yo, sino la
identificación de la conciencia con uno de los polos de la unidad yo-noyo; es decir la identificación de la conciencia
con el polo yoico.
Pero, tal como –vuelvo a decir– denuncia Keeney
(1983), el pensamiento psicológico está todavía inmerso en una
estructura dual. Desde esta perspectiva dual es fácil entender que la realidad,
tal como se nos presenta a nuestra observación, nos induzca a pensar que el yo
no existe anteriormente y “emerge” a partir de una entidad que está siempre
intentando absorberlo y que al final lo consigue. Es verdad que el yo no existe
como tal, pues la conciencia (al menos, tal como la entendemos los humanos) es
una adquisición reciente de la evolución del Universo. Identificados con el yo,
nos parece que es algo nuevo y maravilloso, único y exclusivo. Pero el yo es
otra manifestación, en el plano de la conciencia, de una fuerza universal que siempre
ha sido yo (yang), de una de las polaridades de la UDO (Unidades Duales
Opuestas, Medina 2011), ya presente en la realidad cuántica. No se puede
entender que un yo sumergido o dependiente del fundamento dinámico sea capaz de
afrontar las poderosas fuerzas místicas y salir indemne de ellas. Una dualidad
no es tal dualidad si uno de los términos no es igual al otro, es una
jerarquía. En la jerarquía también puede haber oposición entre la fuerza de
arriba y la de abajo, pero no hay igualdad y, por lo tanto, no hay dualidad. El
acceso a un nuevo nivel epistemológico de
conciencia sólo se puede producir a través de un proceso recursivo (Keeney,
1983) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede un yo
transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival
que éste necesita para lograr esa integración.
La
mayoría de las afirmaciones y observaciones de la psicología tradicional, la
psicología transpersonal y la psicoterapia se mantienen perfectamente y son
coherentes con este punto de vista. Lo que no es coherente es la perspectiva
dualista-jerarquizada cartesiana-kantiana (Ferrer, 2002) de la psicología con
el pensamiento sistémico. En la naturaleza las fuerzas opuestas son iguales.
¿Por qué habría de ser diferente en la conciencia? Todavía sigue sutilmente
entre nosotros el pensamiento judeocristiano haciéndonos creer que somos un
fenómeno especial sin contacto con el resto de la naturaleza, del universo.
Todas
las actuales manifestaciones patológicas de la mística, tanto individuales como
colectivas, son una expresión de la dialéctica entre el yo y el no-yo. La
evolución del universo está empujando la conciencia hacia un nuevo nivel
epistemológico y en la dialéctica entre fuerzas opuestas aparece el fenómeno de
la lucha del yo con el no-yo en las más diversas manifestaciones. Creo que
estos fenómenos son más comprensibles desde la perspectiva de una unidad que
contemple a las fuerzas del yo y a las del no-yo como jugadores de un juego
eterno en el que se van sucediendo los vencedores y los vencidos. Sólo cuando
el árbitro que juzga el juego no sea partidario de ninguno de los equipos podrá
haber equilibrio en su juicio.
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Barcelona. Ed. Plaza y Janés & Muy
Interesante.
“ec.”: edición en castellano
[1] El
uso de los términos conciencia, consciencia y
consciente en este escrito está poco definido; pero aclarar su significado
general en el proceso y en cada momento del texto resultaría más largo que el
propio artículo. Espero que, de todas formas, se entienda lo fundamental de lo
que quiero decir, aunque sea evitando recurrir a los matices precisos. No
obstante, puedo añadir que el término consciencia suele aludir a un estado más
global del ser.