Pensar
y sentir
Sinesio Madrona Rodenas
Introducción para este blog
Sinesio Madrona Rodenas
Introducción para este blog
La unidad de los opuestos no es algo sobre lo que filosofar
simplemente. Se ha de tener una experiencia de awareneess ('consciencia
inmediata', insight psicoanalítico) como dicen en la
terapia gestalt, para acceder a núcleos profundos de unidad en nuestro ser, que
empiezan por la percepción de las unidad cuerpo-mente (de pronto, en el
adiestramiento o en la terapia gestálticos, nos damos cuenta de que también el
'cuerpo' tiene voz y merece la pena ser escuchada. En nuestra cultura, que tan
acostumbrados estamos a escuchar la voz de nuestra 'mente', resulta una
experiencia impactante y reveladora). Cuerpo y mente o sentir y pensar forman
una unidad, como se dice en este artículo. Una UDO (Unidades Duales Opuestas), según diría Medina (“Información sinóptica sobre la teoría UDO” http://www.redcientifica.org/) si trasladamos su propuesta teórica a los
ámbitos de la psicología.
El
artículo de más abajo, escrito entre 1999 y 2000, es una muestra de esto que intento comunicar.
Subrayo intento porque no es una experiencia fácil de tener ni de comunicar,
porque estimo que la teoría de la UDO no será bien entendida mientras no
entendamos esa unidad también en nuestro interior (ojalá me equivoque) y porque
a lo largo de mi experiencia de vida he encontrado todo tipo de supuestos,
actitudes, pensamientos, experiencias... que pretenden entender esa
teoría-experiencia sin lograrlo del todo... Al menos ésa es mi apreciación...
aunque para ser justos yo también puedo estar equivocado (si bien me siento
apoyado en ella por Ferrer, 2002).
Artículo original
Como ya dijo Jung (1974), pensamiento y sentimiento son dos
funciones psíquicas opuestas que pueden ser integradas. Se forma a ciertos
niveles profundos un solo (en términos de Bohm, 1987) flujo de conciencia en el que ya no se distingue el
pensamiento del sentimiento porque en ese nivel uno se percata que son una y la
misma cosa. De otra manera: es la experiencia que se produce cuando se integran
las percepciones del hemisferio cerebral derecho con el izquierdo (o bien las
vías inferior y superior). Desde una perspectiva más cotidiana: nuestros
sentimientos acompañan siempre (incluso en las exposiciones más científicas,
objetivas y pretendidamente asépticas, y pese a lo que digan los racionalistas)
a nuestros pensamientos. Cuando tenemos pensamientos negativos nuestros
sentimientos son negativos y viceversa, lo mismo ocurre con los pensamientos-sentimientos
positivos.
En el influjo mutuo entre pensamiento y sentimiento se basan
las terapias del pensamiento positivo. Estas terapias se asientan en el hecho
probado de que con el pensamiento se influye en el sentimiento y en el estado
de ánimo. De la misma manera se afirma (y es una experiencia cotidiana para
todos nosotros) que cuando uno tiene sentimientos negativos piensa
negativamente y por lo tanto es susceptible de dejarse llevar hacia situaciones
negativas e, incluso, peligrosas (desde la depresión al suicidio pasando por
todo tipo de accidentes más o menos graves). El supuesto filosófico que
acompaña a la mayor parte del discurso de este tipo de planteamientos es que el
pensamiento y el sentimiento son cosas distintas, aunque se dé por evidente su
interdependencia, relación y mutua influencia. Sin embargo aquí partimos de la
idea unitaria (admitiendo, al mismo tiempo, la visión dual que distingue entre
pensamiento y sentimiento) de que el pensamiento y el sentimiento son una y la
misma cosa. Es decir, podemos observar su unidad y su diferencia.
Otra distinción importante es entre lo objetivo y lo
subjetivo. Tanto el pensamiento como el sentimiento pueden ser ambas cosas;
aunque lo habitual es atribuir la objetividad al pensamiento y la subjetividad
al sentimiento. Ello es parte del error que se produce cuando separamos y
distinguimos como cosas diferentes el pensamiento y el sentimiento; no
admitiendo, al mismo tiempo, su unidad intrínseca. Es decir, se puede, y es
necesario, separar el pensamiento y el sentimiento para conocer las partes de
un todo que es el ser humano; pero ese todo implica la unidad profunda e
indistinguible, a ciertos niveles, de sus partes. Suponer la separación radical
entre pensamiento y sentimiento sin posibilidad de concebir su unidad
intrínseca implica tener del ser humano una percepción fragmentada, que es
destructiva de su unidad. Éste es el mal básico del pensamiento occidental, su
percepción fragmentada de la realidad, incluido el propio ser humano. Desde
esta perspectiva fragmentaria no se puede entender la unidad
pensamiento-sentimiento.
No obstante, y sin perjuicio de llegar a percibir esa unidad
última entre el pensamiento y el sentimiento, una observación elemental de
nuestras actitudes cotidianas da una clara idea de la relación que existe entre
el pensamiento y el sentimiento. Toda situación en la que el individuo se vea
absorbido por la actividad que esté realizando (una lectura, un trabajo, una
investigación, una exploración, una película, una situación afectiva, una
discusión, un baile... y otras mil circunstancias cotidianas) es una muestra de
que no hay una actividad humana en la que no estén involucrados, al mismo
tiempo, el pensamiento y el sentimiento. Cuando, por ejemplo, nuestro trabajo
nos gusta es obvio que genera en nosotros una actitud afectiva positiva que
hace que seamos más fecundos en él. Tenemos un sentimiento de unión hacia
nuestro trabajo. Muchas veces soñamos con un trabajo ideal igual que soñamos
con una pareja ideal. Aquella situación en la que la unión con la otra parte
(pareja, trabajo...) sea fecunda gracias a nuestro “amor” por ella.
Nuestra cultura nos induce a pensar en los elementos
exteriores de nuestra vida que nos complementan (pareja, ideas, trabajo...)
como algo diferente y externo a nosotros. Pero también podemos pensar en ello
como algo que somos nosotros mismos y no solamente de una manera figurada. Es
decir, podemos dejar de considerar nuestro yo como algo aislado y ajeno a los
otros yos u objetos de la realidad. Podemos considerar la realidad como un todo
en la cual hay singularidades llamadas yos y objetos.
Podemos pensarnos como partes de todos mayores que nos engloban y con los
cuales vamos formando unidades cada vez más grandes. Un ser vivo puede ser
interpretado –de acuerdo con el positivismo clásico– comonada más que una máquina físico-química
(mecanicismo reduccionista) o bien –de acuerdo con el pensamiento organicista–
como una unidad orgánica: un conjunto de unidades autoorganizadas para el
desarrollo evolutivo.
Como unidad orgánica el ser vivo es interpretado como un
todo en el cual existen unidades en niveles de creciente desarrollo. Así la
unidad fisico-química, la orgánica, la yoica, la social, la ecológica, etc., y
otras intermedias. En la unidad social y ecológica nosotros somos parte de un
todo mayor que funciona de manera análoga a como lo hace un organismo vivo.
Cuando enfermamos pensamos (según la medicina mecanicista) que tenemos enfermo
el corazón o el hígado...; pero según la medicina orgánica (naturista, china,
homeopática...) está enfermo el organismo entero y se manifiesta en un órgano emergente que expresa el desequilibrio
del organismo como un todo. La misma explicación sirve para el mal psíquico, el
individuo “enfermo” es un emergente de un problema de comunicación en el
grupo. Asimismo los males sociales y ecológicos son males del conjunto de la
sociedad como un todo. El pensamiento mecanicista separa los actos de sus
consecuencias y no puede entender la naturaleza reversible de la polución y la
explotación. Estos ejemplos nos harán más fácil entender el meollo de la
declaración de que el pensamiento y el sentimiento son un todo o forman una
unidad.
El planteamiento mecanicista, típico de la cultura
científica lo divide todo, ordena y clasifica para comprenderlo racionalmente.
El símbolo de la unidad primordial representa un estadio previo, incluso, a
cualquier manifestación material, orgánica o mental. Es la unidad primigenia de
la cual puede surgir cualquier forma. Todas las formas, incluso las no
manifestadas, existen en el significado profundo del símbolo de la unidad
primordial. Pero no se puede negar el papel de la ciencia en el conocimiento de
la realidad. Es necesario separar para conocer las partes y saber cómo
funcionan (origen de la tecnología); pero también es necesario no perder de
vista la unidad primordial. En el desarrollo evolutivo la separación (de la
unidad previa) genera la conciencia individual. Una vez desarrollada ésta, y
sin perderla, es necesario volver a concebir y experimentar la unidad
primordial.
Conocer (tener conciencia de) la realidad no es únicamente
labor del pensamiento. Conocer la realidad es también una labor del
sentimiento. Hay una forma de conocer y es acotando la realidad, gracias a ella
desarrollamos la individualidad, la diferencia, la autoidentidad y la
tecnología. Otra forma de conocer es viendo y experimentando la realidad como
un todo. Un tipo de pensamiento nos interpreta las partes en que está dividida
la realidad, otro tipo de pensamiento nos dice cómo es la totalidad que forman
esas partes. Entendiendo el sentimiento como un proceso o mecanismo de
conocimiento de la realidad, podemos decir que hay un tipo de sentimiento
(genéricamente el “odio”, pero en su significado más “civilizado” de impulso a la separación) que
nos separa de los objetos y de los otros, y nos ayuda a configurar y conocer
nuestra identidad e individualidad; otro tipo de sentimiento (el “amor”) nos
une a las cosas y las personas, y nos ayuda a desarrollar la conciencia de la
totalidad indivisible (la conciencia colectiva) y nos provee de la experiencia
gratificante (mística en algunos casos) de pertenecer a un todo mayor.
Nuestra cultura ignora estas dos funciones (unitiva y
separativa), de lo que llamamos pensamiento y sentimiento, en el sentido de que
cree que sólo es posible el conocimiento (el llamado conocimiento objetivo de
la ciencia y de la filosofía positivista) a través de la separación, y reduce
este conocimiento a la función de las partes. Esta falta de planteamiento
global sobre cómo conocemos y experimentamos la realidad es la última
consecuencia de los males que nos aquejan como individuos y como cultura en
este periodo evolutivo de la especie humana. En las actividades y relaciones
más comunes (trabajo y relación de pareja, por ejemplo) no tenemos claro que
hay un momento para la “unión” y otro momento para la “separación”. La única
manera de mantener esa unión de una manera fecunda es incluyendo también la
necesidad de separación y del respeto a las diferencias. A través de la proyección (ese mecanismo que describe la
psicología) vivimos la tensión entre la unión y la separación en nuestra
realidad de pareja o de intereses personales.
Este mecanismo de unión-separación alude a dos tipos de
conciencia diferente que están unidas y separadas al mismo tiempo. La figura de
Cristo como Hombre y Dios es un símbolo que representa esta idea. Interpretado
psicológicamente, la imagen del Hombre alude a la conciencia separativa,
necesaria en la realidad cotidiana y en la que hay que “dar al Cesar lo que es
del Cesar”; la imagen de Dios alude a la conciencia unitiva, necesaria para
trascender las limitaciones de la realidad ordinaria y en la que hay que “dar a
Dios lo que es de Dios”. La conciencia humana porta, al mismo tiempo, esas dos
imágenes definidas como dos diferentes conciencias en este contexto. Pero es un
hecho la unidad del individuo humano como ser completo. Así pues, la conciencia
y la unidad global del ser humano incluye ambas conciencias; pero ambas tienden
a operar separadamente en la realidad, en distintos niveles de apreciación de
la misma. La conciencia global (simbolizada por Jesús que las posee ambas) es
capaz de operar y armonizar la conciencia separativa y la unitiva.
Pero en el nivel cotidiano de aplicación de la conciencia es
necesario separar la realidad para no confundir lo ajeno con lo propio y
exigirle a la otra persona que nos dé lo que, en definitiva, no es más que
nuestro. La otra persona puede hacer y hace una labor de espejo (espejo
psíquico) pues hay cosas de nosotros (como nuestro rostro en el plano físico)
que no vemos si no las proyectamos en el otro. Al igual que cuando nos miramos
en un espejo no confundimos al espejo con nosotros mismos (aunque también
esto es algo que debemos aprender de niños), tampoco debemos persistir en esa
confusión cuando “nos miramos” en la otra persona; si bien esto es algo que
todavía estamos aprendiendo como especie. Así pues el que digamos que el
pensar-sentir es una unidad no implica que no contemplemos ese estado de
conciencia en el cual el pensar y el sentir son dos realidades separadas.
Cuando nos dejamos absorber por la conciencia
unitaria caemos en todo tipo de sectas, dependencias y fanatismos. Desarrollar
la separación es, sin duda, más difícil que aceptar la unión, por ello no es de
extrañar la resistencia del racionalismo positivista a aceptar la unión
intrínseca de todas las cosas. La unidad ejerce una poderosa fuerza tractora y
el papel del héroe mítico en todas las culturas es romper esa unidad para
desarrollar la conciencia individual. En este sentido el papel del racionalismo
es el del héroe incomprendido en un mundo –humanista, transpersonal...– que
aboga cada vez más por la unidad. No se puede admitir y trabajar la unión sin
admitir y trabajar la separación. El mecanismo de proyección tiene dos fases:
ver nuestra imagen psíquica proyectada en la otra persona y aprender a
distinguir el espejo de la imagen; cosa que no podemos hacer desde nosotros,
necesitamos la imprescindible interacción con la otra persona.
Debemos, además, distinguir nuestra imagen de la realidad en
la que se proyecta, pues las imágenes del espejo nunca son un calco exacto de la
realidad (el espejo físico nos da la vuelta, no nos vemos en él como nos ven
los otros). Así pues hay un nivel de unidad del pensar-sentir, previo a la
separación de la conciencia individual que, de persistir, no genera mas que
confusión y conflicto (aunque siga existiendo el hecho de esa unidad). La
verdadera conciencia del flujo de
la unidad del pensar-sentir en niveles profundos implica, por lo tanto, el
hecho de la separación previa de ambos aspectos de la realidad humana.
Separación cuanto más exhaustiva mejor. Pero durante la fase de separación
olvidamos la unión primigenia y nos alienamos de nosotros mismos y de nuestro
medio. Esta separación, en la que está inmersa nuestra cultura y el pensamiento
científico, nos está impidiendo recuperar y vivenciar la armonía implícita en
la visión unitaria de la realidad y tiene el efecto colateral egoísta y
destructivo que estamos viendo en nuestra civilización.
El proceso y progreso del conocimiento no se produce
únicamente a través de la vía separativa. No es tampoco labor única de esa
parte que hemos desgajado del todo llamándola pensamiento. El conocimiento se
adquiere también a través de la vía unitiva (Fox Keller, 1991). De la unión
interna entre el pensamiento y el sentimiento, la intuición y la razón, el
hemisferio derecho y el izquierdo... Y también de la unión y compenetración del
individuo con el mundo exterior. A este respecto es notorio señalar la
experiencia mística que Mc. Clintok, Premio Nobel de Química por el
descubrimiento de la transposición genética, tuvo cuando estudiaba los
cromosomas del maíz (Fox Keller, 1991):
“Me encontré con que cuanto más trabajaba con ellos [los
cromosomas] se hacían cada vez más grandes, y que cuando estaba trabajando con
ellos realmente, yo no estaba fuera, estaba allí. Era una parte del sistema.
Estaba allí, con ellos, y todo se iba haciendo grande. Incluso era capaz de ver
las partes interiores de los cromosomas –en realidad todo estaba allí. Me
sorprendió porque en realidad me sentía como si yo estuviera con ellos, y
fueron mis amigos... Conforme miras esas cosas, se convierten en una parte de
ti. Y te olvidas de ti misma. (pág. 176)”
La separación tan radical, y habitual en nuestra cultura,
entre pensamiento y sentimiento es una falacia que el análisis más simple
tiende a echar por tierra. En el proceso del conocimiento están interactuando
(como se dice en términos de conciencia separativa) constantemente el
pensamiento y el sentimiento, o ambos forman una unidad y son la misma cosa
(como se dice en términos de conciencia unitiva). El pensamiento unitivo
trasciende las categorías de pensamiento y sentimiento (entre otras) desde una
visión del ser como algo que está más allá de definiciones y distinciones.
Experimentar la unidad pensamiento-sentimiento no es percibir
una “sensación de pensamiento y sentimiento juntos”, es... ¡otra cosa! Tan
sencillo –según la perspectiva de una homología desde la teoría sistémica– como
que el agua no es sólo hidrógeno y oxígeno unidos es, además, ¡otra cosa!,
agua. La elaboración de la unidad de los opuestos implica una transformación de
algún tipo, química en este caso. Como la elaboración de la unidad
pensar-sentir es personal, compete al sujeto –a su conciencia– y no al objeto,
nos cuesta más verlo. La transformación que en este caso se necesita para
acceder a la unidad es una transformación de la conciencia, que implica una
transformación de la visión que el ser tiene sobre la realidad. Y, como en el
Tao, la unidad así formada no se puede definir (no se puede definir desde la habitual
visión dualista previa), porque definir es diferenciar, separar. Y separando no
se accede a la unidad.
No hay un sólo instante de nuestra vida en que ambos
aspectos de la experiencia humana estén separados. Ignorar esto implica no
tomar conciencia de cómo estamos siendo afectados constantemente en nuestras
decisiones por motivaciones de las que llamamos inconscientes y emocionales. Y
no sólo eso: nuestras ideas están asociadas a una manera de sentir. No tenemos
ideas así sin más, tenemos una estructura ideo-emocional de la realidad a
través de la cual la percibimos y la interpretamos. Tener conciencia de que
nuestro pensar-sentir es indivisible provee de una atención constante no sólo
hacia lo que nos dice nuestro proceso de pensamiento sino también hacia lo que
nos está indicando nuestro sentir (y viceversa para las personas en las que
predomina la función del sentimiento), atención ésta que potencia
extraordinariamente la terapia gestalt. Asimismo este conocimiento nos provee
también de la conciencia de que nuestro pensar-sentir es una característica
individual, un determinado rasgo tipológico.
No existe, pues, una
interpretación ‘objetiva’ de la realidad, como pretende el racionalismo positivista, en el plano de la conciencia
unitaria. Sí existe en el plano de la conciencia separativa; pero es una
objetividad parcial, como lo es todo en este plano. Así pues no existe ‘la
verdad’ en tanto en cuanto estemos operando en el plano de la conciencia
individual y separativa. Una mayor aproximación a ‘la verdad’ implica
trascender la propia categoría ideo-emocional que cada uno de nosotros somos y,
por ende, trascender cualquier tipo de pensamiento parcial, ya sea religioso,
filosófico, científico o de otro orden. Implica la conciencia de que todos
estos pensamientos –con sus diferencias y polaridades– son ‘verdad’, por lo
tanto algún lugar habrá para reconocer una verdad que englobe a todas las
anteriores. Y tampoco éste es un camino para la filosofía relativista, pues
como tal filosofía también es un pensamiento parcial.
En definitiva el conocimiento de la realidad no es sólo un
conocimiento mental, existe un conocimiento no mental, difícilmente traducible
en palabras, pero que está constantemente con nosotros. Esta forma unitaria de
ver la realidad implica, al mismo tiempo, la conciencia de que una decisión mía
no es sólo mía sino del campo total en el que estoy inmerso. La conciencia de
la unidad del pensar-sentir se extiende a la conciencia de la unidad del todo
en el que estamos inmersos, en el cual no hay una separación entre lo
individual y lo colectivo (lo que no quiere decir que no se pueda hacer esa
separación –en otro estadio de conciencia– y analizar las partes
que obtenemos así). La realidad es como un campo y nosotros somos como limaduras
inmersas en el orden que especifica ese campo. En tanto que limaduras somos
seres individuales, en tanto que campo somos una unidad colectiva.
Bibliografía
Bohm, D. (1987). La totalidad y el orden implicado.
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